jueves, 14 de mayo de 2015

Brevet de 400 km - Algete-Almazán - 9 de Mayo de 2015

Entramos en la fase más intensa de preparación para la París-Brest-París, con la celebración de las brevets más críticas. La distancia de 400 kilómetros suele considerarse un verdadero reto, porque es la más larga que se hace habitualmente sin un breve descanso para dormir.

Las brevets de 600 kilómetros se suelen dividir en dos etapas con un descanso para dormir, aunque sea sólo 3 ó 4 horas. Sin embargo, una brevet de 400 kilómetros realizada a un ritmo sostenido y sumando las paradas necesarias, se alarga prácticamente durante un día completo, incluida la noche. Esto es aún más duro en aquellas que comienzan por la tarde. Por suerte, no era el caso. 


A las 6:00 h. de la mañana dio comienzo la Brevet. En este caso, la presencia de varios compañeros del Pakefte nos hizo tomarnos la ruta con tranquilidad, pensando en rodar en grupo, haciendo paradas cortas. En el camino nos iban adelantando algunos grupos, pero en las paradas los adelantábamos nosotros, optimizando el tiempo para sellar los carnets de rutas, comer algo, cambiarse de ropa si fuera necesario, etc...




Amaneció muy pronto. Se notaba la llegada del verano y una buena temperatura que, temíamos, podría convertirse en calurosa a mediodía. Pero una ligera brisa y algunas nubes impidieron que la temperatura se elevara demasiado. 


La verdad es que fue un día fantástico para el ciclismo, y apenas hubo que abrigarse un poco cuando la noche se cerró sobre el valle del Tajuña, en los últimos 100 kilómetros de ruta.

Llejamos al primer control, en  Jadraque, formando parte de un grupo bastante numeroso, con el grueso de los ciclistas del GDC Pueblo Nuevo. De allí salimos Agustín, Antonio y yo (José) un poco antes que los demás. En la zona de meseta llegando a Atienza nos adelantaron, pero nosotros hicimos una parada más rápida, aprovechando para repostar en la fuente de Atienza, y volvimos a salir antes. 



El tramo de Atienza a Berlanga de Duero fue una auténtica delicia cicloturista. Había pasado dos veces en mi vida por allí, pero siempre de noche. Esta vez tuve la oportunidad de disfrutar de preciosas vistas de Atienza y de las masas de rocas calizas en los cerros próximos, plagados de toboganes que de día se hacían más duros. Los buitres estaban encaramados en las rocas más altas, supongo que a esas horas y en ese sitio no había corrientes térmicas de esas que les hacen planear durante largo tiempo.

Llegamos a Berlanga de Duero, en el kilómetro 160, donde hicimos parada oficial para comernos un bocadillo de jamón con tomate, y seguimos hacia Almazán, por un tramo de muy buena carretera, llano con ligera tendencia descendente y algo de viento trasero. Volamos por la ribera del Duero.




Desde Almazán (kilómetro 190) iniciábamos la subida a los Altos de Baraona, un tramo largo y pestoso, con inacabables rampas de escasa pendiente. Paramos en la fuente de Baraona, un lugar tradicional, donde volvimos a encontrarnos con el grupo principal del Pueblo Nuevo. 

El terreno hasta Sigüenza era favorable, pero Antonio sufrió un pequeño bajón que le obligó a descansar un poco. Se recuperó en la Churrería Irene, otro de los lugares de parada obligatoria, donde ¿cómo no? también estaban todos los de Pueblo Nuevo y nuestro compañero Juan, que sabía que pasaríamos por allí y vino a acompañarnos un rato, aprovechando para sacarnos unas estupendas fotos. 




Acabamos con las existencias de empanada y aprovechamos para descansar algo más de tiempo de lo debido, gracias al pinchazo de la rueda trasera de Agus. A partir de aquí formamos un grupito de cuatro, muy bien avenido. 

La tarde se echaba encima y empezaba a refrescar, pero todavía teníamos luz suficiente para llegar al siguiente control, en Masegoso de Tajuña (kilómetro 288). La subida desde el río Dulce hasta el cruce de la A-2, en las inmediaciones de Mirabueno, nos regaló espléndidas vistas del valle, iluminado por esa luz vespertina, casi horizontal, que aviva la luminosidad del paisaje y realza las fotografías. Pero no teníamos tiempo para detenernos a apreciarlo. Queríamos llegar al control antes de que anocheciera.

En el restaurante de Masegoso tuvimos que hacer una parada algo más larga de lo normal para recuperarnos del cansancio acumulado, que ya era importante. 


A la salida tuvimos que vestirnos con toda la ropa de abrigo, manguitos, perneras, chaleco y guantes largos. La temperatura bajaba rápidamente por el valle del Tajuña. Estábamos a 112 kilómetros de meta todavía, cuando se hizo noche cerrada.

Pusimos un ritmo cómodo para todos y nos dejamos llevar. La ausencia de viento en esa zona se agradece mucho, porque lo habitual es encontrarnos con viento en contra, encajonado por el valle. Pero la madrugada suele traer una pequeña tregua en el viento, y la disfrutamos bastante. Nunca había pasado por el valle del Tajuña de noche. Volvimos a pasar por ese pueblecito de casas excavadas en cuevas, con ventanas por las que se apreciaban unas tenues luces rojizas.

Paramos en la tradicional fuente de Armuña de Tajuña cerca de la medianoche, donde nos rodeó un grupo de niños que jugaban en las calles, asombrados por el paso de tantos ciclistas. Nos miraban boquiabiertos cuando les contábamos que todavía nos quedaban 60 kilómetros para llegar a meta, y que ya habíamos recorrido 340.

El resto del camino no tuvo mucha historia, la típica subida a Pozo de Guadalajara, que hicimos al tran tran, seguida del Gurugú y el infierno de rotondas y carreteras desdobladas por la circunvalación de Alcalá de Henares para llegar a Daganzo, donde había varios grupos de jóvenes de fiesta, y Cobeña, donde parecía haber una macrofiesta con música machacona que se oía en varios kilómetros a la redonda. 

Desde la Meta de Algete todavía se oía la música de Cobeña cuando eran las 3:40 h. de la madrugada y completamos los 400 kilómetros de la prueba.

"Y muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía todavía escuchaba la música de Cobeña..." ¡¡Ah, no!! ¡¡Que esto no es de esta crónica!! Lo de ésta fue algo más de 18 horas para recorrer 401 kilómetros con 3627 metros de desnivel acumulado, y algo más de 3 horas de paradas. Fue una jornada de randonneurismo como las de antaño, y la disfruté de verdad.

martes, 12 de mayo de 2015

Hop Garden 200

Pues nada ayer al final me hice un 200, ocho semanas justas después de mi caída.

El fin de semana pasado había salido dos veces con la bici. Una el domingo a dar una vuelta por Richmond Park yo sólo y otra, el lunes, que aquí fue fiesta, a dar una media vuelta por Richmond Park con Carmen y las niñas. 48 kilómetros en total y el Miércoles por la noche estaba todavía tan cansado que pensé en dar por acabada la aventura de la PBP. Menos mal (o no) que me acosté y esperé a ver que tal me encontraba al día siguiente.

El Jueves trabajé desde casa y el viernes ya estaba mucho mejor, el Sábado me encontraba tan bien que decidí que me presentaba en la salida. Mi razonamiento fue, si no lo pruebas nunca sabrás si puedes o no. Otra de las decisiónes que tomé fue que no iba a tomar gelocatíl o paracetamol porque quería ser totalmente consciente del dolor que sintiese para poder decir basta sin hacerme daño a la pierna.

En la salida estaba tan concentrado en mis propios sentimientos que tres conocidos me llamaron la atención después de haberme cruzado con ellos sin haberlos reconocido. Estaba muerto de miedo, nunca he estado tan acojonado por una salida en bici.

Supongo que por costumbre cuando nos dieron las últimas instrucciones estaba entre los primeros ciclistas preparados para salir. Pero a los 100 metros, en cuanto llegó la primera "cuesta" (lo entrecomillo porque en realidad no era más que una rampita) ya tuve que meter todo, 34x28, y me empezaron a pasar ciclistas. No llevábamos ni tres kilómetros y ya iba el último. No me preocupé, con eso ya contaba.

Lo que me preocupaba era que según el track del GPS la ruta tenía 2.481 metros de desnivel y no tenía yo nada claro cómo me iba a responder la pierna.

Sobre el kilómetro 17 ya lo tuve claro, en una cuesta corta, pero empinada tuve que poner el pie a tierra. Tres ciclistas que acababa de adelantar mientras estaban parados quitándose el chaleco me pasaron dándome ánimos en plan "venga que tu puedes". Pues oye, que me volví a subir a la bici y si que pude. 

A partir de este punto ya sabía que iba a ser un día duro. Kent, el condado por donde circulábamos no es precisamente llano pensaba yo cada vez que aparecía la más mínima rampa y me veía obligado a meter todo y a arrastrarme cuesta arriba.  

Sobre el kilómetro 40, en otra cuesta, esta ya de más entidad, tuve que volver a echar el pie a tierra. No podía hacer tanta fuerza con la pierna. Aproveche para comer mientras caminaba colina arriba. En realidad fueron unos 20 metros. Bueno, unos 50; tirando a 100. Pero en esos 200 metros nadie me vió con lo que negaré haber caminado 300 metros hasta que la pendiente se hizo más llevadera. Nadie me vió por poco porque estando en la cumbre parado tomando nota de la respuesta a una de las preguntas aparecieron dos ciclistas jóvenes que había adelantado porque uno de ellos había pinchado. Nos saludamos rápidamente antes de que yo me pusiese en marcha.

Curiosamente la cosa mejoró a partir de ese punto. Lo mismo es que subieron las temperaturas, lo mismo es que la pierna calentó, pero lo cierto es que me encontró bastante mejor. Seguía arrastrándome cuesta arriba, pero ya no tenía que poner el pie a tierra. Llaneando conseguía mantener una velocidad de crucero decente dadas las circunstancias y bajar bajaba como siempre (cosa no trivial porque he tenido que vencer el miedo a caerme).

En un momento dado me adelantaron esos dos ciclistas con los que había coincidido en lo alto de la colina. En el momento que me adelantaban girábamos a la izquierda y empezaba una subida. Uno de ellos calculó más la pendiente, cambió mal y rompió la cadena. Arrastrándome a 6 km/h les pregunté si tenían trocha-cadenas y como contestaron que si les dije que yo seguiría que rodaba muy despacio. Ya siento haber sido tan insolidario, pero es que yo no tenía tiempo que perder.

En este plan llegué al control del km85. Reconocí el café donde teníamos que sellar porque es también un control del Oasts and Coasts 300, el 300 que he hecho los dos últimos años. Eran las 12:58 y había una docena de ciclistas comiendo, pero mi plan no contemplaba parar, tenía una media hora de colchón y seguramente lo necesitaría al final del día. Sellé, envíe un mensaje al WhatsApp y me dispuse a ponerme en marcha. Con tan mala suerte que la bici se movió, el cable del plato se enganchó y se salió de su guia. Aflojo el tornillo que sujeta el cable, vuelvo a meter el cable por su guia y cuando voy a apretar el tornillo va y se rompe cual palillo. ¡Ostras! ¿A ver si voy a tener fuerza sobrehumana en las manos y no me he dado cuenta? He de reconocer que mencioné algunos santos mientras anudaba el cable y dejaba el desviador en el plato pequeño. He perdido 15 minutos en la operación.


Por la dirección que toma la ruta caigo en la cuenta que viene una zona muy llana, en ese momento se me viene a la cabeza el perfil y recuerdo que si, que había una zona de muchos kilómetros muy llana, una zona ideal para rodar a buena velocidad con el plato grande; si lo tuviese. Todavía estaba mentando santos cuando va el Garmin y se apaga. 

Nada más apagarse volvió a encenderse, pero eso no evitó que ahora mis menciones al santoral fuesen en voz alta, aunque en español para no herir la sensibilidad de quien me pudiese escuchar, que siete años de ejercito me han dado un repertorio muy completo.

Bueno, que me calmo un poquito y después de cinco minutos va el Garmin y se rearranca de nuevo. Pero así, sin venir a cuento. Y por si esto fuera poco, doy un giro y quedo en una llanura totalmente desprotegida y, como no, con mucho viento.

Desde la distancia pienso que no me lo tomé muy a mal. Casi que me alegré de comprobar que no iba a necesitar el plato grande porque con el pequeño me bastaba y me sobraba para rodar a los 22-24km/h que era capaz de mantener.

Y fui capaz de mantener esa velocidad por media hora o así, pero en una de estas un giro me puso directamente cara al viento y mi velocidad bajó directamente a 18 km/h a la vez que caí en la cuenta que llanear tiene el problema de que pasas mucho tiempo sentado y eso significa que mi culo, perdida la costumbre de ir en bici, empieza a quejarse. Y empieza uno a sentirse incómodo sobre la bicicleta, y le da a uno por pensar que sólo tiene hecha la mitad de la ruta, incluso echa uno de menos las cuestas y es en ese momento en el que empecé a pensar que esto es una locura. Que qué más da que acabe este 200 si en dos semanas tengo un 600 y tengo que escoger entre uno con 8.000 metros de desnivel y uno llano pero con amenaza de viento. Fue una buena crisis.

¿Cómo se sale de una crisis así? Pues yo no se los demás, pero a mi me dió por pensar en un bocadillo de chorizo. Es un tema recurrente, me da por pensar en bocadillos de chorizo cuando estoy en crisis montando en bici. No se, me distrae la idea del sabor ligeramente picante mezclado con pan tierno. Como no tenía un bocadillo de chorizo a mano y las posibilidades de encontrar uno por la zona eran cero patatero me consolé comiendome una bolsa de Haribos.

A lo tonto a lo tonto, para cuando llegué al control del kilómetro 137 ya había recuperado tiempo y tenía casi una hora de colchón. Claro que la camarera del café donde teníamos que sellar se ocupó de bajarme el bacilón con rapidez diciendome "yo querría darte ánimos, pero te quedan 45 millas y se te ve muy cansado". Me quedé sin palabras que contestarle. Me salió un resoplido que confirmó que estaba cansado y procedí a sentarme a comerme un scone con una taza de leche. Empezaba a moverme con la agilidad de robocob.

Al ir a ponerme en marcha un ciclisa que estaba sentado tranquilamente en la terraza se acercó a preguntarme por el e-werk. Algo comentó de que estaba pensando en comprarse uno para una ruta que iba a hacer. Le contesté con mi mejor versión de respuesta breve y concisa, pensando en ponerme en marcha, pero se ve que el tio tenía ganas de charla porque empezó a preguntarme por detalles. Que si podría cargar un iPad, que si sería mejor una batería recargable, que por que un E-werk USB y no uno normal. Preguntas todas ellas muy válidas y a las que yo entraría al trapo muy gustosamente pero con la mente puesta en el tiempo que estaba perdiendo no podía pasar de respuestas lo más cortas y precisas posibles. Al final no creo que llegase a cinco minutos la conversación y no estoy muy seguro de si quedé como un tanto borde, pero es que me fastidiaba porque sabía que diez minutos más tarde me adelantarían, él y su grupo, tan tranquilos en lo que para ellos era claramente un paseo y lo que para mi era toda una prueba de estrategia, ritmo y cabezonería.

En estas que toca un giro a la izquierda y recuerdo que en esta parte se trata de ir hasta un punto, contestar a una pregunta (Peso máximo de vehículos sobre el puente) y luego volver al mismo punto para seguir la ruta. Por lo que veo en la hoja de ruta son unos 6 kilómetros de ida y unos 6 de vuelta. Nada más girar veo a un grupo de cinco chicas que ya están de vuelta. Nada más que nos cruzamos se me pasa por la cabeza el preguntarle la respuesta al próximo ciclista que me cruce, pero descarto la idea. ¿qué sentido tiene venir hasta aquí para hacer trampa por 12 kilómetros?

Claro que tan noble pensamiento flaqueó lo suyo cuando veo que empiezo a bajar y a bajar y a bajar. Lo de que la pregunta esté relacionada con un puente me hizo pensar que seguiría bajando. Pero no, fíjate tu que en un momento dado la carretera volvió a subir y a subir; bastante empinada la cabrita. Y yo, iluso de mi, pensé "lo mismo es un puente sobre una carretera o una via del tren". Pero no, después de esa subida vino otra bajada, más empinada si cabe y obviamente la carretera llegó a un puente sobre un rio. Puente prohibido a vehículos de más de 18 toneladas. En el mismo puente me encontré con dos ciclistas (aquellos que uno de ellos había roto la cadena) que al verme exclamaron "esto es tortura". Pues si, no se me ocurre otra mejor forma de definirlo, pero con total resignación metí el 28 y venga pa'riba a 6 km/h.

La cosa no mejoró sustancialmente una vez de vuelta a la ruta. Detrás de una colina venía otra y detrás de esta otra y ahora resulta que echo de menos el llano. Ya no se ni lo que quiero. Bueno si, lo que quiero es que sea cuesta abajo todo el tiempo, aunque no pueda meter el plato grande.

El control del kilómetro 169 era en un sitio en medio de la nada, en un jardín entre árboles, con una terracita donde me ofrecieron gratis (incluido en las 6 libras de la inscripción) un bollo y un café o un té (leche para mi). Tenía una hora y cuarto de colchón y me quedaban 40 kilómetros. Es decir tenía tres horas y media para hacer 40 kilómetros. Sabía que la ruta tenía traca final por lo que no podía entretenerme mucho, pero si que tenía tiempo para sentarme un ratito y charlar con dos ciclistas que me habían estado adelantando todo el tiempo (ellos paraban más que yo y rodaban un poco más rápido que yo. No los de la cadena rota y lo de "esto es tortura", esos eran otros a los que no volví a ver). Me preguntaron de donde era (a pesar de que mi acento lo deja muy claro) y en mi zona de España había montañas. Pues claro coño, que soy de Asturias, las montañas son donde yo disfruto. "entonces esto te parecerá fácil" contestó uno. "Bueno verás" empecé yo, y les conté la historia de mis últimas ocho semanas. Se quedaron un poco flipados pero lo bueno es que entendieron a la perfección el que me levantase y les dijese que me tenía que ir que no podía parar mucho más tiempo. Uno de ellos me dijo, los primeros 20 kilómetros son favorables, los últimos 20 son duros. Pues ya me quedo yo mucho más tranquilo, pensé para mi. 
Lo de los 20 primeros kilómetros favorables era cierto, lo de los últimos 20 duros tenía toda la pinta nada más que vi la primera colina que tendría que subir. Por suerte a esta altura de la película ya me podía poner de pie sobre la bici con una cierta soltura y eso ayuda; mucho. Aun así coroné pidiemdo la hora aun a sabiendas de que todavía me quedaba una colina más, la última colina. 

Vamos a ver, no es que fuese nada del otro mundo, unos 3 kilómetros con desniveles entre el 8 y el 10%. La típica broma que te ponen en el kilómetro 200 y te hace gracia. Pero a mi me costó dios y ayuda subirla. Toda la subida con el 28 metido, prácticamente toda la subida de pie sobre la bici. Cuando coroné no me podía creer que lo había conseguido sin poner el pie a tierra. Estaba echo polvo eso si, pero también un tanto contento. Sobre todo porque de aquí to'pa'bajo.

Encendí las luces en marcha porque ya se hacía de noche, pero no me moleste en ponerme la luz del casco ni el chaleco para no parar, total ya estaba llegando. 

¡Qué bien me sentí bajando! Esa tranquilidad que te da saber el que ya estás a una distancia tal que incluso si tuviese que caminar llegaría antes del cierre de control. El relax de no tener que dar pedales y poder levantarte ligeramente de la bici para darle un descanso al culo. Y de repente...

Aparece ante mi una rampa que arrancó un resoplido de desesperación. "JO-DER" dije en alto marcando las sílabas consciente de que no había ni un alma alrededor. Lo que tenía ante mi era White Hill. Lo de hill es porque aquí a cualquier cosa llaman hill porque según Strava son 300 metros al 9% (¡300 metros! y le llaman hill). Pues sea lo insignificante que sea a mi me pareció el Tourmalet. Lo subí entero de pie sobre la bici y lo coroné gimiendo en voz alta. La idea de que ahora si que si todo sería pa'bajo se me cruzó por la cabeza, pero ya no me fiaba. Me dispuse a bajar a la búsqueda de señales de la próxima subida.

Pero no, no hubo otra subida. Enseguida salí a la carretera general y aquí ya sabía yo que todo era pa'bajo.

Bueno no. 

Justo la salida de la general para entrar al control final es un repecho de 20 metros (bueno, lo mismo son sólo 10) que, como no, empecé a subir con el 11 metido y no fuí capaz de bajar piñones lo suficientemente rápido. Acabé poniendo el pie a tierra por tercera vez en el día. Fíjate tu que ese detalle me mosqueó un poco. Menudo inutil. 

Me volví a subir a la bici y recorrí los escasos 100 metros que me faltaban hasta el control. Apoyo la bici en un banco a la entrada, apago el GPS (se me olvida sacarle una foto), me quito los guantes, el casco, las gafas. Poco a poco me voy enderezando, saco la brevet de la bolsa y entro en el control. Había unas seis personas, dos de ellas eran los ciclistas con los que había charlado en el último control. Cuando me ven entrar todos me aplaudieron. Se ve que se habían preocupado de contar el cotilleo. 

Agradecí el gesto a la vez que me sellaban la brevet, 20:58. Me habían sobrado 32 minutos. Pregunto si soy el último y para mi asombro me dicen que no, que todavía faltan dos por llegar.


Me siento, tomo una taza de leche con galletas pero enseguida me levanto y me despido. Si siguo mucho tiempo sentado me voy a quedar frio y no podré moverme. Quiero llegar a casa cuanto antes, comerme un bocadillo de chorizo, darme una ducha y acostarme. Estoy realmente muy, muy cansado.

Después de una buena noche de descanso hoy ya estoy muy recuperado y seguro que mañana ya estaré totalmente recuperado del esfuerzo. Por ese lado estoy encantado con la experiencia. Pero por otro me abre la puerta a un mar de incertidumbres.

En dos semanas tendría que hacer un 600, pero ¿tiene realmente sentido? ¿cuanto puedo mejorar en dos semanas? Porque a ritmo de 13 horas por 200 kilómetros eso significa hacerse un 600 sin dormir, suponiendo que fuese capaz de aguantar ese ritmo por casi 40 horas, lo cual es mucho suponer, sobre todo teniendo en cuenta que tendría que rodar toda una noche. Después de ver lo duro que se me ha hecho un 200, la perspectiva de hacer un 600 se me antoja realmente complicada. Tendré que ir viendo como evoluciono y medir muy, muy bien mis fuerzas para no acabar haciendo una tontería.

A cuidarse
Javier Arias González

La ruta en Strava